Soy fanático del fútbol. Para mí es uno de los deportes más fascinantes que pueden existir. Su popularidad ha servido como trampolín para mucha gente, pero también ha sido el medio para dar a conocer descontentos políticos, económicos y sociales. Fue la excusa para que Argentina expusiera su malestar ante Inglaterra por la situación en las Malvinas en el 1986. Fue la pantalla que usó el gobierno colombiano en la toma del Palacio de Justicia en 1985. Fue el medio por el cual jugadores africanos pudieron ganar reconocimiento para después regresar a su país y convertirse en presidentes. Según algunos estudios, la forma en que los deportistas practican el fútbol o cualquier deporte en general, es una representación de la forma en la que viven y asumen las dificultades en su vida.
‘Raise the Bar’ se escucha entre los clubes más campeones del fútbol. No importa cuántas veces hayan ganado el campeonato, no importa cuántos trofeos tengan en el museo, siempre hay que “subir el nivel”. Nadie se acuerda de los segundos. Es cierto que al final de las temporadas llegan momentos de descanso, pero dichos momentos también son elementales para poder reunir las fuerzas físicas y mentales para dar el doble, dar más de lo que se dio antes, hacer más de lo que se había hecho hasta el momento. Porque no hay espacio para los mediocres ni para los conformistas.
Como humanos, es innegable la lucha diaria por mantener la pureza y ejercer la piedad. Día a día tenemos el reto de mantenernos firmes en medio de una sociedad que ya no solo ve con agrado el libertinaje y el descontrol moral, sino que empieza a ver con recelo a quienes no lo ven de la misma manera. Sin embargo, temo que lleguemos a un punto en el que pensemos que tenemos ya la vara suficientemente alta, que pensemos que ya nos hemos exigido lo suficiente.
No sé cuántos de nosotros hemos pensado en esos momentos del año en que nos permitimos ciertas cosas. ‘Cada tanto veo pornografía, antes lo hacía una vez a la semana, ahora solo sucede una vez cada tres meses’, ‘antes teníamos relaciones con mi novia varias veces a la semana, ahora solo pasa cuando salimos de viaje’, ‘antes me masturbaba cada vez que tenía un momento de crisis, ahora como sirvo en la iglesia solo lo hago un par de veces al año’. Y así puede haber mil ejemplos en los cuales creemos que ya nos estábamos exigiendo demasiado. Tal vez al comienzo del ejercicio de nuestra piedad nos encontrábamos absolutamente consumidos por la hipersexualidad que nos rodea y aunque con el tiempo lo hemos podido superar, de vez en cuando nos permitimos volver a donde salimos, sintiendo dolor momentáneo, pero diciéndonos a nosotros mismos que ya no estamos tan mal como antes. Somos autocomplacientes y pensamos que porque ya no estamos sumidos en esa vida de descontrol, no hay necesidad de esforzarnos para estar mejor. Abrazamos el dolor de la vergüenza temporal por el pecado ocasional, en lugar del sacrificio piadoso que conlleva al placer eterno.
Es como si ser campeones del torneo anterior nos diera vía libre para dejar de competir y volver a ganar el torneo que viene. ‘Raise the bar’ es lo que diría el Apóstol en estos tiempos (1 Corintios 9:24-27). Porque así como el deportista se entrena arduamente con una visión en mente a pesar del dolor que trae la disciplina, y así como el futbolista se prepara para ganarlo todo una vez más, nosotros debemos mirar una victoria sobre la tentación solo como la medida mínima de nuestra próxima exigencia. Nuestra meta en la vida no es tanto huir de quienes fuimos alguna vez, sino acercarnos más a la imagen de quien nos llamó a imitarle.
¿Qué tanto, pues, deberíamos alzar la barra? ¿Qué tanto aumentar la exigencia? Pablo nos diría en Efesios 4:13 que lo hagamos hasta llegar a ser conforme a ‘la estatura de Cristo’. ‘Raise the Bar’, sube la exigencia, sube el nivel. No se dice nada bueno de los mediocres en la vida, ni tampoco en las Escrituras.
Artículo escrito por David // Redacción Purex en Español