En un tiempo en el que existe una app para todo, no es raro que tengamos la posibilidad de buscar el amor (y no solo eso) a través de una aplicación. Como ingeniero por supuesto arranco escribiendo que la tecnología es útil, sin ella no tendría trabajo, pero seamos honestos, también representa muchos peligros pues no siempre sabemos usarla de la mejor manera, y peor aún, llega un punto en el que permitimos que sea ella quien nos use a nosotros. De hecho, por estos días, en la serie más vista en Netflix Latam, los protagonistas se conocen en una app de citas, pero uno de los perfiles no corresponde necesariamente a la realidad. A partir de esto se desata una ola de venganza y de sexo desenfrenado entre todo el elenco (pero esto lo hablamos en otro artículo), y básicamente este es un ejemplo de que todo se puede descontrolar.
Aunque no siempre es el caso, no podemos negar que podemos tener la sensación de estar en el supermercado o comprando ropa online: sigues pasando, te detienes, haces zoom, no es suficiente, continúas, y tal vez llegues a hacer match. Lo que me preocupa es la cosificación a la que podemos llegar, que se describe como el hecho de percibir al otro como un cuerpo que existe para mi uso y placer. Sé que no debemos movernos según nuestros miedos, pero no sobra ser cautelosos y precavidos, no está de más hacernos la pregunta de qué podríamos perder al confiar en una app para encontrar una pareja a un clic de distancia. ¿No nos robaría el aprecio por lo que es real más allá de la apariencia?, ¿No nos sumergiría en algo irreal y en la complacencia de nosotros mismos?, ¿No nos perderíamos la belleza de las miradas, del tono de su voz, del toque accidental de la interacción real?
Por esto, es importante definir qué estás buscando realmente. ¿Te basta una elección según la apariencia física? Entonces haz match y ya está (esperando que no haya usado tantos filtros). Pero si lo que buscas es conocer su carácter, sus reacciones, su corazón… la app no será suficiente. No me imagino reducir una historia bíblica como la de Isaac y Rebeca al simple hecho de deslizar su dedo sobre la pantalla. Lo sé, no existían los teléfonos celulares, pero la misión encomendada al siervo, la preparación para la búsqueda, la prueba del carácter, la interacción con la familia, la propuesta final… son cosas que solo pueden pasar en la vida real. Nada como tomarse el tiempo de observar al otro en su hábitat natural, mostrando lo mejor y lo peor de sí, sin estar posando para la cámara, sin pretensión alguna de conquista, sin el esfuerzo de tener que agradar al otro, ¡sin filtros añadidos!
Para aquellos que dirán que las apps son útiles al menos para establecer el primer contacto, no se preocupen que no pretendo rebatir. De hecho sé que existen hoy matrimonios exitosos que partieron de un contacto virtual, y que incluso ya existe la versión de Tinder para personas cristianas (calma, ¡termina el artículo antes de correr a buscarla!). Pero mi punto es que evaluemos la motivación del corazón al hacer uso de este tipo de herramientas, que nos guíe Dios y no nuestra desesperación, y que dejemos de evaluar a otros desde el punto de vista meramente humano (2 Corintios 5:16).
No te estoy diciendo que no uses la tecnología en el proceso de conocer a alguien, pero sí te estoy animando a vivir la vida más allá de ese teléfono y recordar lo valioso que es el contacto personal, que puedas construir relaciones con personas que compartan tu fe, en las que cada uno pueda mostrarse como realmente es.
Artículo escrito por Julián // Redacción Purex en Español