Soy psicóloga de profesión, y puedo contarles que una de esas cosas que es recurrente en consulta, es que llegan chicas con muchos problemas de identidad, que no saben quiénes son realmente y han depositado la respuesta a esa pregunta en los demás, en lo que otras personas opinan de ellas. No las juzgo, he estado ahí muchas veces en mi vida, no sabiendo quién soy ni para dónde voy, sintiéndome mal porque para la persona que quiero ser importante no lo soy; o derrumbándome ante un mal comentario o una crítica de alguien que es cercano a mí. También me he visto de manera sutil o desesperada tratando de impresionar a otros para ganar su favor, su aprobación y así lograr sentirme bien conmigo misma… Pareciera que tengo, lo que llamarían en el mundo hoy, “baja autoestima”.
No obstante, durante todo este tiempo, he logrado evidenciar que esa famosa “baja autoestima” en realidad no existe. La verdad es que siempre nos amamos mucho, aun cuando nos agredimos física o verbalmente, aunque parezca difícil de creer. Estamos centrándonos en nosotros mismos, hacemos que todo gire alrededor del “yo” y aquello que tú decides poner en el centro es lo que más amas. Solo que ese amor está desvirtuado, es un amor caído, un amor distorsionado que no se acerca al verdadero amor descrito en la Palabra de Dios.
Dios nos enseña en Su Palabra muchas cosas acerca de nosotros, pero ni tú ni yo somos el enfoque principal, su enfoque es Cristo y el evangelio, se trata de él, él es el protagonista, no nosotros. Y es en él donde descubrimos y hallamos quiénes somos.
Cada producto en el mercado viene con una serie de instrucciones que sus creadores colocaron para que las personas que lo usen conozcan qué es, cómo funciona y qué hacer con él. Nuestro Creador, ha dictaminado quiénes somos, y en la medida que conocemos quién es él, sabremos quiénes somos nosotros y nos dará un concepto real y equilibrado de ello. Además, nos dará luz acerca del valor que tenemos y de ese amor con el cual hemos sido amados nosotros.
Y hago referencia a esto porque en el mundo actual se habla mucho del amor propio. De hecho, cuando las pacientes llegan a mi consulta, una de las cosas que dicen es que quieren trabajar el amor propio porque ellas consideran que no se aman lo suficiente. Por dentro, ¡suspiro!, pero al mismo tiempo entiendo que no es fácil centrarse en la verdad, cuando todo a su alrededor les habla de esto. Basta con entrar a internet y escribir “amor propio” para que se desplieguen decenas de páginas web acerca de ello. O entrar a Instagram, donde miles de personas en reels, videos largos e incluso imágenes te dicen cómo amarte más. No es de extrañar que ingreses a redes sociales y encuentres una foto de alguien con muy poca ropa diciendo que ha aprendido a amarse a sí misma. ¿Qué tiene que ver mostrar nuestro cuerpo con el amor? ¿No buscamos con esto, conseguir likes y palabras de afirmación acerca de lo bien que estamos? ¿No nos da esto una sensación de alegría cada vez que lo recibimos? Querida chica y querido chico que me lees, ¿no es esto la búsqueda de aprobación? Hemos puesto en los otros el poder de dictaminar quiénes somos y cuánto valemos. Y hemos centrado nuestra vida en el “YO”.
¡No es así como lo pensó Cristo! De hecho, Pablo el apóstol, escribiendo a uno de sus discípulos amados, Timoteo, dijo que en estos últimos días habría hombres amadores de sí mismos (2 Timoteo 3:2). Y él mismo, Pablo, refiere en otra de sus cartas que nadie tenga un mayor concepto de sí mismo del que debe tener, sino que cada uno piense de sí mismo con moderación (Romanos 12:3).
Cada vez que alguien nos invita a amarnos a nosotros mismos, impulsa en nosotros el deseo de individualismo, de pensar solo en nosotros y dejar de lado a los demás. ¡Nos impulsa al egoísmo! Cuando Cristo habla acerca de los mandamientos más importantes resalta… “amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo”. Muchos a partir de este texto han mencionado que la base de todo es el amor propio, sin embargo, esto es totalmente contrario al evangelio, en el que la base de todo es el amor de Dios. El mandamiento parte del hecho de que como humanos ya nos amamos a tal punto que buscamos siempre nuestro beneficio, aun cuando busco la aprobación del otro, el fin último es que YO me sienta bien. El apóstol Juan lo diría así: “en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero”. Es por su amor, que hoy podemos amarle, y amar a otros de la manera correcta. Es ese amor de Dios que nos sitúa en el lugar correcto y nos permite ver cuánto valor tenemos para él, que decidió entregarse a sí mismo, aunque nosotros hubiésemos elegido desde el Edén amarnos erróneamente a nosotros mismos y con esto apartarnos de su perfecto amor.
Queridos lectores, el “amor” que proviene de nosotros tiende al egoísmo, al individualismo y al descontrol. Es por ello que mis ojos no deben centrarse en el famoso “amor propio”, sino en el amor de Dios por mí; porque el valor de mi vida fue definido en la cruz por Cristo Jesús.
Y amarme verdaderamente no significa tomarme una foto con poca ropa y subirla a redes sociales para decir cuánto me amo y acepto como soy. Amarme de la manera correcta, implica valorar lo que Cristo ya hizo por nosotros y esto se expresa de diversas formas…
- Cuidando del templo del Espíritu… mi cuerpo; alimentándome de manera correcta, sin excesos, o sin privarme de alimentos.
- Cuidando mi sexualidad, como una joya preciosa que Dios me ha entregado, entendiendo lo que el Señor quiso comunicarnos en cuanto a esa intimidad que anhela tener con nosotros y esa absoluta dependencia de él.
- Amando a los otros de la manera como yo he sido amado…incondicionalmente. No velando solo por mis propios intereses sino también por los intereses de los demás (Filipenses 2:4). Expresando esto a través de mis acciones y de mi servicio a cada persona que está a mi alrededor y que es mi prójimo.
- Amando a Dios por sobre todas las cosas, aún de mí misma, de mi voluntad y de mis deseos.
- Estableciendo límites para mí misma y para otros que buscan desviarme del propósito divino y hacerme dudar del valor que ya me ha sido dado.
Podríamos tener una lista incluso mucho más larga, sin embargo, llévate esto en la mente y el corazón: el valor que tengo no lo defino yo, no lo definen las personas a mi alrededor, ya fue definido por Cristo quien decidió entregarse a sí mismo, por amor a mí. Y ese amor ha dictaminado quién soy y la forma en que debo amar a los demás.
Artículo escrito por Keli // Redacción Purex en Español