Degustar el postre favorito luego de un suculento almuerzo que sacia el hambre, realizar la anotación de la victoria en algún partido definitivo, ser contratado en la empresa que anhelabas trabajar, firmar el primer contrato en la organización que construiste con tus propias manos, abrazar con fuerza a ese ser querido que tuviste lejos durante mucho tiempo, escuchar incontablemente la canción que hace retumbar tu corazón de alegría, besar por primera vez a esa persona que te atraía hace años, como muchas otras situaciones similares, pueden llegar a ser vivencias cargadísimas de placer, entendiéndose este como el disfrute por algo que se piensa que es bueno.
Considera el hecho de que somos creados con una necesidad, entre tantas, de buscar placer en todo momento. Piénsalo un instante. Muchas de las cosas que hacemos en nuestro día a día tienen escondido el propósito de satisfacernos, de experimentar gozo, disfrute, somos criaturas incansables por saldar nuestra cuenta diaria de placer.
El problema está en que, en ocasiones, creemos buscar en el lugar correcto, es más, lo hacemos en cosas que parecen ser o realmente son buenas en sí mismas. Las listadas al comienzo son ejemplo de esto, no obstante, todas ellas son simplemente un rayo de luz que vemos, desde la distancia, ingresar por la grieta del tejado del oscuro cobertizo de nuestra vida. Este pequeño destello es una mera demostración, una parte o un resultado de algo infinitamente mayor, mucho más asombroso, cautivante, llamativo y placentero. Pero para descubrir esto debemos pararnos justo debajo de la grieta y ver más allá del rayo.
Ahora bien, pensemos en un concepto que se asoma en la superficie del placer, como si fuera un iceberg, relativamente pequeño a simple vista pero de profundidad gigantesca, este es, la pureza, estrechamente relacionada con la sinceridad. De hecho, se cuenta que los escultores más prodigiosos de tiempos antiguos usaban bloques gigantes de mármol que les permitía materializar su pensamiento artístico, pero cuando se equivocaban, utilizaban cera para enmendar o tratar de cubrir el error y seguir con su escultura, y si terminaban sin errores, la obra era “sin-cera”, es decir, pura, el mármol no era mezclado con nada. Este pequeño detalle, pero gran diferencia, generaba mayor asombro y placer al momento de contemplar el resultado de la obra, y por ende, al artista mismo.
Seguramente muy pocos, por no decir ninguno, asocian el placer con la pureza, y más en un mundo donde lo prohibido es lo que más llama la atención, donde lo que está mal, lo impuro, es lo más deseado y lo que, aparentemente, genera mayor satisfacción, ¡qué equivocados estamos! Si tan solo pudiésemos comprender que, a mayor pureza, mayor placer…
Así, para experimentar un placer genuino, eterno y puro, debemos ir a la Luz que genera el rayo, reconocer la obra perfecta del mejor Artista, y entender que únicamente a través de Su Palabra podremos llegar a ser puros, pues allí está Aquel que nos sumerge en pureza, solo entonces podremos vislumbrar y vivir en carne propia la abundancia de placer que Él tiene para nosotros. Todo es puro para los de corazón puro, dice la Biblia, por tanto, ¿te imaginas disfrutar un placer incalculablemente superior al que percibes día a día? Puede ser posible en todo lo que haces y vives, siempre y cuando contemples a la fuente, tanto del placer como de la pureza: ¡Jesús!
Artículo escrito por Daniel || Redacción Purex en Español