¿Alguna vez han visto ese tipo de películas donde el secuestrador en lugar de matar de una vez a su prisionero, lo que hace es que lo encierra y tortura, privándolo de alimento y de sus necesidades básicas para que su muerte sea lenta? Quizá ahora mismo les venga a la mente la película Room, donde durante cinco años una madre y su hijo viven encerrados y secuestrados en una habitación. Su secuestrador la tortura con violencia, y en ocasiones, hasta decide no llevarle alimento o medicamentos si ella no cede a los deseos de ese hombre.
Hoy les contaré algo escalofriante de mí. Tengo un prisionero en casa. Se trata de un viejo hombre. Lo cierto es que primero yo era su prisionera, solo que no lo sabía. ¿Y cómo iba a saberlo si se suponía que éramos amigos? Yo cedía y hacía todo lo que él me pedía, pero sus demandas eran muy exigentes, siempre quería más y más. Nunca lograba satisfacerlo. Pero en algún punto de la historia alguien me encontró, no porque yo lo estuviera buscando. Él puso sus ojos en mí, y eso bastó para darme cuenta de lo cegada que estaba, y un velo se cayó y pude ver con claridad. Y entonces mi relación con aquel al que llamaba “amigo”, cambió. Descubrí que yo era su prisionera, y que nuestra relación tarde o temprano me llevaría a la muerte.
Ahora él es mi prisionero. A decir verdad, el prisionero de Aquel que me rescató, yo solo soy su guardia, y a este viejo hombre… ¡tengo que matarlo! Él ya es hombre muerto, pero esto se trata más de mí, que de él. La orden es clara, debe ser una muerte lenta, gradual y dolorosa. Debo hacerlo sufrir, privándolo de todo lo que aumente su fuerza, vitalidad y poder en mí. ¡Morirá de hambre! Definitivamente no lo alimentaré…
Parece sencillo, ¿verdad? Pero no se alcanzan a imaginar lo difícil que resulta, sobre todo por las muchas veces que creo que puedo sola con él. Y entonces lucho y lucho por no alimentarlo, pero él sigue ahí. Yo me canso de luchar, pero él nunca me deja en paz, él lucha y pelea para preservar su propia vida. Esta es una batalla por ver quién ganará.
Pero esta lucha no se trata de unos cuantos golpes y ya. Si yo aún vivo, él ahí está. Se trata de luchar sin parar, hacer que muera cada vez, que cada día pierda fuerza, poder y vitalidad. Es acabar con todo lo que él pueda usar como «comida» para alimentarse. Porque él es estratégico, diría que hasta macabro. Actúa en mi mente, en mi voluntad y hasta en los afectos de mi corazón. Me coloca deseos, inclinaciones, sugerencias, impulsos de hacer lo que a él le agrada. Ceder a la más mínima de estas cosas, es llevar la mirada a mis tiempos de prisionera. Tiene una gran capacidad de engañarme y mentirme, y diría que hasta de seducirme. No sé cómo lo consigue, pero en muchas ocasiones creo a sus mentiras de que él me llenará de poder, satisfacción, contentamiento, e incluso gozo o felicidad. Y lo peor de todo, es que usa mis propios deseos para cumplir los suyos.
Quizá esta historia les suene conocida. Parece ciencia ficción, pero es la cruda realidad que los creyentes verdaderos vivimos. Pasamos de ser enemigos de Dios a ser sus amigos. Pasamos de ser amigos y prisioneros del pecado a estar en una lucha contra él.
Sé que muchos de nosotros, por no decir todos, desearíamos que el pecado simplemente dejara de existir… -una muerte total para él en nuestras vidas-, porque ahora en Cristo, queremos agradar a Aquel que nos redimió. Pero la realidad es que aunque ya hemos sido libres de la pena del pecado, aún estamos siendo libres de su poder en nuestras vidas, pues el pecado sigue ahí, y seguiremos luchando con él hasta el día en que veamos cara a cara a nuestro Señor.
Si bien Romanos 6:6 dice que este viejo hombre ya ha sido crucificado con Cristo, desde el momento en que nacemos de nuevo, aún hay rezagos de él, y mientras estemos vivos debemos luchar, – y matarlo-, cada día.
De una forma, ya FUIMOS libres totalmente del pecado, pero de otra, ESTAMOS siendo libres de él. De una manera, aquel viejo hombre ya FUE crucificado, pero de otra, lo ESTAMOS crucificando día a día. Por eso Romanos 8:13, dice que debemos poner fin a los malos deseos, mortificarlos. Debemos matar a ese viejo hombre.
Ciertamente para matarlo, y acabar con su fuerza, poder y vida, se necesita de alguien más fuerte y mucho más poderoso que nosotros, por eso la demanda es clara: «pero si por medio del Espíritu Santo ponen fin a esos malos deseos, tendrán vida eterna«. Se nos ha dotado del Espíritu Santo para oponernos al pecado y a nuestros sucios deseos. No estamos solos en esto. Saber que tenemos el mejor ayudador debe ser más que suficiente para nosotros, pues sabemos que se nos ha dado para cumplir tal fin. Ignorarlo, o incluso reemplazarlo con nuestro mero esfuerzo humano, es como dar golpes al aire. John Owen lo describió así: «Si no usamos el poder del Espíritu y la naturaleza nueva para mortificar el pecado cada día, entonces descuidamos el remedio perfecto que Dios nos ha dado contra este gran enemigo».
Artículo escrito por Dazu || Redacción Purex en Español
Maravillosa historia…me identifico totalmente.
Que Dios nos siga ayudando.