Aún recuerdo el primer día en que lo vi, llegó de repente, su porte y estatura llamaron mi atención, y en mi mente había un pensamiento de quién sería aquel extraño (jamás imaginé lo cercano que años después sería para mí). Creo que ese día intercambiamos saludos, en medio de la reunión preguntaron su nombre y cómo había llegado hasta ahí, sin titubear se presentó, ¡cuánta seguridad vi en ese chico! De ahí en adelante lo vi más seguido, una y otra vez cada sábado. Creo que nos fuimos acercando poco a poco, y aunque soy mala para recordar muchas cosas, en mi mente quedó un día caminando por la calle en el que presentó excusas por no poder estar el siguiente fin de semana, así noté su responsabilidad y lo comprometido que podía llegar a ser. No recuerdo quién agregó a quién, ni cómo empezamos a hablar por el chat, pero con él pasaba algo extraño, y es que podía ser tan yo, con él podía divertirme y comentar lo que venía para el equipo en el que empezamos a estar juntos. A mi líder le dije en algún momento… “este chico tiene mucho para dar, tiene potencial”, ¡estaba tan segura de lo que veía en él! Y por supuesto, ¡no me equivoqué! Un año después de conocerlo, estaba trabajando muy cerca de mí, no había ningún interés de por medio, más que honrar a Jesús y trabajar en Su obra.
Creo que cada acto y conducta de él eran guardados en mi corazón. Trabajamos muy de cerca, y noté cuán compatibles éramos desde lo ministerial, supuse que era un excelente compañero de camino. Cuando me apegué mucho a él desde la amistad, decidió partir a un país al otro lado de mundo, ¡Dios! Eso fue fuerte para mí, tanto, que llegué a preguntarme lo que realmente sentía por él, y después de dar muchas vueltas en mi cabeza entendí el cariño especial que tenía por él y el gran amigo que era en esos momentos para mí. Siempre había sido caballeroso y detallista conmigo, sin pretender nada, esa era su esencia y era la que iba a extrañar. Tres meses estuvo afuera, y luego de eso regresó, mi corazón lo suponía, sabía que no se había ido para siempre.
Después de eso y durante año y medio vivimos muchas situaciones que llevaron a conocernos. Nuestros cafés siempre eran particulares, eran los más accidentados, pero aún así lo disfrutábamos, no era oculto para mí lo bien que siempre la pasaba con él. Y no, no todo fue color de rosa, tuvimos momentos en los que nuestras diferencias salieron a relucir, donde mi orgullo hizo estragos, pero en medio de ello, siempre nos deteníamos, dejábamos atrás nuestros egos y conciliábamos, ¡eso nos unía mucho más! Él se fue convirtiendo poco a poco en una de las personas más importantes de mi vida, sin siquiera proponérselo. Mi corazón hacia él tuvo un profundo respeto y admiración, a tal punto que no quería tener su misma posición en el lugar donde estábamos, quería estar a su servicio, quería someterme a él, y hacer ligera su carga. Por supuesto, dijo que no estaba de acuerdo con eso, pero que respetaría mi decisión, ¡eso fue encantador!
Debo decirlo, él siempre me escuchó, me aconsejó, me entendió, fue mi paño de lágrimas en tantas ocasiones, fue mi amigo, confidente, mi psicólogo favorito como le digo ahora; mi corazón no pudo resistirse ante ello, y añoró estar a su lado hasta el final de sus latidos. Sin embargo, creía que eso jamás se daría, jamás pensé que un chico como él me aceptara con lo que yo me reprochaba. Pero, aunque mi mente no lo esperaba, pasó, pasó lo que mi corazón anheló que pasara. ¡Creo tanto en que Dios estuvo ahí, en cada detalle de nuestra historia! Y decidió en Su tiempo juntarnos para Su propósito. ¡Es increíble que el hombre de mis sueños estuviese tan cerca, y se parezca tanto a Jesús! Recuerdo el momento en el que expresó que era su favorita y que quería estar conmigo, ¡parecía un sueño! Mi corazón latió a mil por hora al escucharlo. Y a partir de ahí ya nada fue igual.
Tiempo después decidimos dar ese paso al altar, quisimos comprometernos a estar con el otro hasta el final de nuestros días. ¡Qué maravilloso momento fue aquel! Una noche que superaba todas y cada una de las expectativas que había hecho toda mi vida. Pero, lo más hermoso era saber que en medio de nosotros estaba Aquel que había orquestado toda esa unión, y que no llegaba hasta ahí, sino que seguiría acompañándonos cada día de nuestra vida juntos; ¡eso me daba tanta seguridad! El Creador del matrimonio, estaría con nosotros y como su Creador sabía perfectamente cómo hacer funcionar cada una de las partes. ¡Y sí que ha sido así!
Hoy disfrutamos de una unión preciosa, en donde el centro ha sido Cristo, donde nuestras vidas han sido puestas para Su gloria. Comprendemos que el matrimonio va mucho más allá de nuestros deseos, implica que el deseo de Dios es cumplido en nosotros, que reflejamos aquella unión maravillosa entre Jesús y su novia… ¡La iglesia!
Mi corazón rebosa de alegría al ver cómo Dios ha guiado cada uno de nuestros pasos, cómo el hombre que tengo a mi lado se parece tanto a él, y estoy convencida que es el obrar de Cristo en su vida. A fin de cuentas, te terminas pareciendo a la persona con la que pasas la mayor parte de tu tiempo, y mi esposo amado se parece mucho a Su Maestro. Por ello, mi corazón quiere estar a su lado hasta que el Señor así lo designe. Por eso, mi corazón quiere cuidarlo más, honrarlo más, amarlo más, él sabe que en la medida que lo haga, honra a alguien más grande que mi esposo… a su Señor, ¡a Cristo Jesús!
Artículo escrito por Keli // Redacción Purex en Español.
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