Las chicas tenemos la tendencia a compararnos entre nosotras. Lo hacemos en nuestra área profesional, ministerial y sentimental. Siempre estamos mirando los logros y el éxito de las demás y haciéndonos preguntas como: ¿Por qué ella sí y yo no? ¿Por qué ella ya se casó y yo no? ¿Por qué ella ya se graduó de la universidad y yo no? ¿Por qué ella tiene un mejor trabajo? ¿Por qué ella es más bonita? ¿Por qué ella tiene más amigos?
El mirar la vida de otras, compararla con la nuestra y sacar una lista de las cosas que ellas tienen y que nosotras no y que, además, desde nuestra perspectiva ya deberíamos tener, afecta directamente nuestra identidad y propósito. Ya que eso nos lleva a anhelar cosas como títulos, trabajos, amistades y relaciones que probablemente el Señor no ha dispuesto para nosotras, y para las cuales no hemos sido diseñadas. Esto hace que nos desenfoquemos de lo que Dios tiene para nuestras vidas y además no nos permite ser fieles y agradecidas por lo que el Señor nos ha dado y confiado a cada una.
Comparar nuestra vida con la de otras chicas puede generar sentimientos de fracaso e insuficiencia a la vez que hace que, sin darnos cuenta, nuestro corazón se llene de amargura, resentimiento e ingratitud hacia el Señor. La comparación no solo nos lleva a envidiar la vida de otras, sino que también no nos permite agradecer al Señor por los dones, talentos y bendiciones que le ha concedido a la persona con la que nos estamos comparando. Lo que debería ser motivo de alabanza y gloria a Dios, se convierte en motivo de insatisfacción y competencia entre nosotras, dejamos de hacer las cosas para la gloria de Dios y empezamos a hacerlas para alcanzar o ser iguales a las demás.
De manera consciente o inconsciente todas nos hemos comparado de forma negativa con alguien más y hemos iniciado una carrera de ser o tener todo aquello que vemos en otras, pero es tiempo de recordar que somos únicas delante de Dios y que por eso Él tiene planes únicos para cada una de nosotras; que nuestra vida está determinada por el propósito de Dios. Nuestro éxito no está en el tiempo en el que logremos ser profesionales, lo joven que nos casemos, ni en el ministerio que desarrollemos, sino en hacer la voluntad de Dios.
Debemos tener como éxito de vida el vivir la voluntad de Dios con deleite y que podamos decir tal como lo decía el salmista «me complace hacer tu voluntad». Nos debe llenar de paz el hecho de entender que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. Dios ha dispuesto un tiempo determinado para cada cosa en nuestras vidas, pero no para todas es el mismo tiempo, ni el mismo proceso, ni la misma voluntad. Debemos confiar que Sus planes son sabios, justos y buenos, y que su tiempo es el indicado y perfecto.
Querida chica, es tiempo de dejar la comparación a un lado ya que esto te llevará a tomar malas decisiones motivadas por el afán y la presión de tener aquello que otras tienen y que crees que tú también deberías tener; en cambio ocúpate en conocer cuál es la voluntad de Dios para tu vida y de vivir dicha voluntad. Que desde hoy en adelante tu punto de comparación sea Cristo, no el ser humano, que tu mirada esté en Jesús, la única verdad que debes creer y en quien está tu propósito, Él es la verdad poderosa que desmiente toda mentira por más real que parezca. Y que si miras a otras, sea para agradecer al Señor por sus dones, la forma en la que estos bendicen la iglesia y por la manera en la que Él se ha revelado a ellas y no para entristecerte por lo que tú no tienes.
Artículo escrito por Julia e Ivonne // Redacción Purex en español