Que sea alto, que sea blanco, no, ¡mejor que sea moreno! Que tenga los ojos claros, que tenga el cabello largo, no, ¡mejor que lo tenga corto! Que sea delgado, que sea atlético; pero no tan musculoso… Que se deje la barba, no, ¡mejor que no la tenga! Que tenga dinero, que sepa bailar, que le guste cantar, que le guste el deporte, que sepa cocinar, que le guste leer, que sea divertido pero serio a la vez, que sea caballeroso, generoso, bondadoso, inteligente, trabajador; que no sea coqueto, que sirva en la iglesia, que sea líder, ¡que sea pastor! Que sepa más de la Biblia que yo, y si es posible, ¡que sepa leer mi mente! Pero lo más importante es que ame a Dios, tengamos un mismo propósito y podamos servir juntos.
Sí, esta es la lista de cosas que para muchas de nosotras debe tener el hombre «ideal», y la lista se queda corta, pues cada chica tiene un prototipo con las cosas que le gustaría que tuviera aquél que va a ser su futuro esposo. Creo que los muchachos también tienen su lista, tal vez no tan detallada o escrita físicamente en algún lugar, pero la tienen, y esperan al igual que nosotras, encontrar alguien que cumpla la mayoría de esos anhelos.
Tener una lista de cosas que nos gustan en una futura pareja no está mal, de hecho es bueno, nos ayuda a saber qué queremos y qué no, lo cual da dirección a nuestras decisiones. Sin embargo, lo chistoso de estas listas es que al final de todas las cosas que decimos que él o ella deben tener o hacer, nos atrevemos a decir lo «obvio», lo innegociable, y lo que finalmente le da peso a nuestra lista, la famosa frase «sobre todo debe amar a Dios, debe querer servirle y debemos tener un mismo propósito». Esto, que deberíamos tener al principio de la lista y considerar como lo más importante, es a lo que menos importancia le estamos dando y lo que menos estamos evaluando.
La realidad es que estamos poniendo por encima todas las cosas superficiales que a nuestro parecer debe tener la persona «ideal» y estamos dejando que esto sea lo que determine si debemos estar o no en una relación. Realmente no evaluamos lo más importante, no nos aseguramos de que esa persona que estamos considerando sea alguien que ama a Dios y si su vida muestra servicio y devoción a Él, tampoco si es alguien con quien podemos crecer y honrar a Dios. Si fuera así, habría más y mejores matrimonios en nuestros tiempos, menos divorcios y situaciones difíciles. En nuestras iglesias habría más noviazgos sanos y se celebrarían con mayor frecuencia matrimonios. Porque muchos de esos matrimonios fallidos han salido mal al dar por hecho lo que consideramos «obvio» en alguien que conocemos en la iglesia, nos dejamos deslumbrar porque la persona cumple el resto de requisitos «superficiales» de nuestra lista.
Tampoco tenemos tantos matrimonios hoy en día porque todos los que estamos solteros decimos que «aún no encontramos la persona ideal», aquella que cumple toda la lista, pero estoy segura de que allí, en cada una de nuestras iglesias hay hombres y mujeres llenos de Dios, que lo aman y quieren servirle, tal vez no son pastores o tampoco líderes visibles, pero son personas que están allí sirviendo fielmente, con un carácter que está siendo transformado al igual que el nuestro, que tienen deseos de aprender, de crecer, de ir por más de Jesús y de honrarle; con una madurez emocional y espiritual y aún con una vida económica que les permite estar «listos» para un matrimonio, personas a las que no nos damos la oportunidad de conocer y tampoco les permitimos conocernos porque desde nuestra perspectiva no cumplen con todas las características que queremos. Pero si quitáramos todas las cosas superficiales de nuestra lista y empezáramos a considerar lo realmente importante, muchos podrían descubrir que el amor de su vida y la persona que Dios tiene para ellos, siempre ha estado allí, cerquita.
«El matrimonio es una decisión demasiado importante para tomarla a la ligera…» ¡Claro que lo es! “Debemos orar y buscar la dirección de Dios…” ¡Por supuesto que sí! La persona con la que vamos a pasar el resto de nuestras vidas debe gustarnos… ¡Obviamente! Pero dejemos de tomar el asunto con misticismo y de esperar a la persona de nuestros sueños. ¡Oremos por la persona que Dios ha soñado y creado para nosotros!
Si eres soltero, estás leyendo esto y las diferentes áreas de tu vida están preparadas (no perfectas) para una futura relación, te animo a que ores a Dios por dirección, pero también te acerques a una de esas chicas que aman y sirven al Señor fielmente en tu iglesia y que solo consideras una amiga, que te des la oportunidad de conocerla desde otra perspectiva; probablemente te sorprenderás al descubrir que el amor de tu vida siempre ha estado cerca de ti; y también es posible que te des cuenta de que no es la persona para ti. Animarse a conocer a alguien no es decir que ya decidiste casarte con esa persona.
Si eres mujer y estás soltera y preparada también para una futura relación, te animo a que te dejes conocer, que no le cierres la puerta y digas «no» a aquel chico que ama a Dios y se está acercando a ti solo porque no cumple tus condiciones físicas, podrías llevarte la sorpresa de que, al conocer su vida y personalidad, lo físico pase a un segundo plano y te termines enamorando de él. Es posible que esto no pase también, pero estemos dispuestas a conocer a alguien.
Evaluemos lo más importante, si lo hacemos, descubriremos que «no es tan difícil como parece», bajo los parámetros y con la dirección de Dios acerquémonos a otra persona y oremos a Dios por sabiduría, de manera que Dios guíe ese proceso y no haya corazones lastimados. Apostemos por más matrimonios y relaciones que muestren a Cristo y por menos «personas ideales».
Artículo escrito por Julia // Redacción Purex en Español