Debía ir ella primero, la primera nota de esta semana en nuestro blog debía combinar con los corazoncitos y lo rosadito del tema. Al fin y al cabo, nosotros somos los fríos y calculadores, ¿no? Ya lo veremos. La verdad es que yo la conocí primero, dirigía el grupo en el que estaba durante un congreso al que asistí en mi iglesia en el 2014, pero ese día ella no lo recuerda (¿ahora quién es el frío?, jajaj). En realidad creo que es bueno que nosotros observemos primero. Pero sí, pasaría un tiempo hasta que nos conociéramos en un espacio más reservado, y de entrada llamó mi atención la forma en la que hablaba de Cristo y su liderazgo al trabajar con otros jóvenes. Y es que en este negocio, cuando uno tiene una misión clara, el caminar con el mismo enfoque seduce, y ver como los proyectos de vida se asemejan te mueve el piso (holy is the new sexy!).
Luego vinieron años para conocernos desde la amistad y el trabajo juntos, ¡sin pretensiones! Y eso sí que es maravilloso. Mostrar tu interés en alguien que estás conociendo de entrada, hace que los dos muestren lo mejor de sí, que las emociones estén a flor de piel y así muchos no se muestren como son. En ese tiempo aprendimos a construir juntos, a trabajar incansablemente, a ayudar a otros, pero también a discutir, a afrontar nuestras diferencias, a reconciliarnos y a ayudarnos mutuamente en esto de parecernos más a Jesús.
Así, desde la amistad tuvimos el panorama completo del carácter del otro, sin hacer compromisos ni promesas de ningún tipo. La pasábamos muy bien juntos y ella se convirtió en una persona muy especial para mí. Ella es la combinación perfecta entre la ternura y la fuerza para conseguir lo que quiere, entre un potente liderazgo para ayudar a otros y la determinación de honrar fielmente a su esposo. Fue así que concluí que ella sería una esposa maravillosa para alguien, que ese hombre sería sumamente afortunado, y pensaba que esta chica sí que era un buen partido. Y teniendo esto muy claro, se me ocurrió que ese alguien podía ser yo, ¿por qué no? Llegó un punto en el que esta hermosa chica cautivó mi corazón y dejé que Dios mismo me convenciera de lo que podría pasar luego.
Después de 1 año y medio de noviazgo, en cada situación que vivimos estaba convencido de la buena compañía que sería y de la gran ayuda que ha sido y seguirá siendo para mí. Llegamos a entendernos tan bien que pensamos en formar un excelente equipo para afrontar la vida y vivir para honrar al Señor. Por eso decidí que era tiempo de unir mi vida a la mujer que amaba, no para ver si funcionaba, sino para hacerlo funcionar todos los días.
Hoy sí que disfruto de haber esperado a la persona correcta. No fue fácil, tomó tiempo, pero valió la pena. Ella tenía muy claro que yo no sería quien lograría satisfacer los anhelos de su corazón, me casé con una hermosa mujer satisfecha en Cristo (¡y esto sí que les hará la vida más fácil muchachos!). Eso hoy le permite amarme a pesar de mis defectos, honrarme como nunca nadie lo ha hecho y ser un tesoro invaluable para mí, ¡no podría estar mejor acompañado!
Nos tomamos el tiempo de conocer muy bien el carácter del otro y de dejar muy claras las prioridades que nuestro matrimonio tendría. Nos prometimos amarnos a pesar de nosotros, y reconocer como el Dueño y Director de nuestra unión al más grande: ¡Jesús! Él es la Roca sobre la que construimos y también el fin con el que caminamos, y en este estilo de vida hemos encontrado un deleite que sobrepasa los deseos que teníamos durante nuestra soltería. Entendimos que nuestra unión va más allá de estar acompañados, del sexo permitido o las fotos en Instagram, ¡nuestro matrimonio tiene propósitos eternos!
Artículo escrito por Julián // Redacción Purex en Español