¿Quién de nosotros no ha tenido alguna vez que hacer el esfuerzo de perdonar a alguien? Desde niños nos familiarizamos con el rencor, el odio, la hostilidad y con la necesidad de saber manejarlos. A pesar de lo desagradables que son, estas experiencias hacen parte de la vida humana.
El perdón es complejo, puede tratarse de episodios de todo tipo, desde miradas y comentarios insignificantes, hasta los peores ataques a la persona. En el mejor de los casos, basta con dejar de pensar en la falta de inmediato, hacer un esfuerzo por hablar de nuevo o bromear con la persona que nos ha herido; en poco tiempo la tensión que nos asfixiaba hasta hace un momento, se desvanece y volvemos a estar más tranquilos que nunca. En otros casos es necesario confrontar a quienes nos han herido: “déjalo salir”, y después de una breve confrontación todo vuelve a la normalidad.
Pero en otras ocasiones, el perdón tiene que ver con heridas enormes, traumas, episodios que parecen arraigarse en nuestro interior, impidiéndonos seguir adelante y olvidar el dolor causado. ¿Alguna vez se han fracturado un hueso o se han herido profundamente? Hasta que las heridas no estén curadas completamente, la zona del cuerpo afectada seguirá siendo vulnerable, hipersensible. Bastará con un ligero toquecito o que alguien se acerque en modo torpe para hacernos estremecer y gritar como monos defendiendo su territorio. Este mecanismo biológico nos induce inconscientemente a evitar que se estimule la zona dañada, de tal manera que pueda sanar más rápidamente.
El perdón tiene que ver con las heridas del área emocional, de las relaciones, de nuestro orgullo, de nuestra independencia y libertad, de nuestra identidad. Las heridas de este tipo no son muy diferentes a las físicas, al menos en cuanto a nuestra manera de experimentarlas. Basta saber que nuestro cerebro, que posee regiones especializadas para cada una de sus funciones, en el procesamiento del dolor emocional utiliza las mismas áreas que se activan en el dolor físico. Quien ha vivido – por ejemplo – una profunda depresión, sabe bien que el dolor interior, superada cierta intensidad, parece convertirse en algo fisiológico, corpóreo.
Estamos programados para experimentar el dolor interior tan intensamente como el dolor físico. El rencor es una forma de defensa contra el dolor, una manera de mantenernos lejos de las personas que representan una amenaza para nosotros.
Cuando tenemos un accidente, antes de volver a nuestras actividades será necesario que el dolor y la hipersensibilidad de la zona dañada hayan pasado. Con las emociones no funciona diferente. Las heridas que sufrimos tienen que ver con algo que en nosotros representa una fragilidad, una zona de hipersensibilidad, una debilidad.
No es fácil aceptar el restablecimiento de las relaciones con alguien, si esto todavía tiene el poder de herirnos como lo ha hecho en el pasado. Si tienes inseguridades con respecto a tu peso corporal, ¿podrías acercarte a ese amigo que cada vez que te ve te hace notar que has ganado uno que otro kilo? Mientras tu peso sea una fragilidad, una fuente de disgusto, dolor o vergüenza, será difícil para ti acortar las distancias de la fuente del dolor, de aquella relación que va a estimular siempre tu “zona hipersensible”.
Si alguien te ha golpeado donde te hace más daño puedes reaccionar de dos maneras diferentes: podrías decidir si tomar distancia y mantenerla el mayor tiempo posible, o también podrías tratar de comprender por qué te hace tanto daño.
De pronto no es tanto el golpe lanzado la fuente del dolor, sino el punto débil que fue golpeado. Si no reconocemos nuestra fragilidad, si no entendemos que el dolor que nos ha sido causado fue muy intenso porque somos vulnerables, entonces no seremos nunca capaces de fortalecernos. Y si seguimos siendo vulnerables no podremos acercarnos a la amenaza, no podremos perdonar y retomar el contacto cercano con quienes nos han herido y que podrían todavía hacerlo. Simplemente no estaremos listos para recibir más golpes. Si crees que quieres o que deberías ser capaz de perdonar a alguien que te ha herido, pero no lo estás logrando, podrías hacerte algunas preguntas.
¿De qué manera esta persona me ha herido? ¿Por qué no puedo perdonarla? ¿Podría ser que aquel punto débil esté todavía en las mismas condiciones? ¿Podría ser que tengo miedo de recibir todavía los mismos golpes? ¿He sanado y fortalecido mis fragilidades o son iguales que antes y no podría soportar más heridas?
El perdón es la capacidad de acercarse a las personas que nos han herido, aceptando que podrían herirnos de nuevo; la diferencia es que esta vez no tendrán un punto débil que atacar, porque reconociéndolo y trabajando en ello lo habremos transformado en un punto fuerte.
Artículo escrito por Thomas // Redacción Purex
Traducido por Jazmín // Purex en Español